martes, 27 de marzo de 2012

PREGÓN SEMANA SANTA DEL ALBOX 2012

Esteban J. Pérez Alonso

Reverendo Párroco de Santa María, excelentísimas autoridades,
presidentes y hermanos mayores de las cuatro cofradías de Albox,
señoras y señores, amigos y amigas,
Constituye para mí un inmenso honor estar aquí esta tarde:
- en la Iglesia de Santa María, en mi iglesia, donde fui bautizado,
donde veinticinco años después me casé, donde tantos sábados y
domingos de mi infancia ayudé como monaguillo, primero, a Don
Federico Acosta y, después, a Don Antonio Rueda, al que hemos de
recordar todos con cariño, tras su reciente fallecimiento.
-en el pueblo que me vio nacer y crecer, en mi pueblo, en el que
tantas y tantas cosas he vivido, el que tanto me ha enseñado y del
que tanto he aprendido; del que me siento orgulloso y del que hago
patria por donde quiera que vaya: soy de Albox, me siento de Albox y
a mucha honra.
La primera palabra que me viene a la boca es “gracias”:
-Gracias por haberme elegido para ser el pregonero de la Semana
Santa de Albox 2012.
-Gracias a Paco González por las amables palabras con las que me
has presentado; por intentar justificar el motivo de mi presencia en
tan privilegiada y cualificada tribuna, que pretende continuar la
cadena pregonera que se inició en el año 1991 y que se ha
mantenido de forma tan brillante y elocuente a lo largo de las dos
últimas décadas. Curiosamente este año cumple veinte años el
primer pregón del paso negro, que tuvo el honor de recaer en
Antonio Fernández Berruezo, ilustre albojense y hermano cofrade,
que Dios tenga en su gloria. Pero hoy Paco, a pesar de las amables
palabras que has dicho sobre mi persona, tengo que decirte que para
este viaje me presento ligero de equipaje. Me presento ante vosotros
como un humilde albojense que hoy está aquí por una razón simple,
pero a la vez muy poderosa, que nada tiene que ver con méritos
académicos o profesionales.
El único motivo, la única razón poderosa para que esta tarde esté
aquí, es que si me lo pedía mi cofradía, también Ella me lo estaba
pidiendo; y yo, a mi hermandad y a la Virgen de los Dolores, no podía
decirles que no. Así que…
-Gracias a la Junta Directiva de la Cofradía de Nuestra Señora de los
Dolores, con María Dolores Carrillo al frente y algún cofrade amigo en
la sombra, por haber confiado en mi humilde persona tan alta
encomienda.
-Gracias, mil gracias, también a tantos y tantos cofrades albojenses
que con su esfuerzo, ilusión, devoción y, sobre todo, con su
generosidad y entrega han hecho posible que se mantenga durante
las tres últimas décadas nuestra Semana Santa; que no es otra cosa
que una manifestación pública del derecho a la libertad de conciencia
y de creencias religiosas que todos tenemos; pero que los albojenses,
como el resto de andaluces, ejercitamos en comunidad, como una
muestra de nuestro acervo cultural. En nuestra Semana Santa, la
Iglesia también sale a la calle, lleva sus creencias y valores cristianos
por las calles de Albox, mostrando su tradición cristiana y su cultura
mediante la representación popular de un acontecimiento de tanta
trascendencia religiosa como fue la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo.
-Gracias, en fin, a todos vosotros por vuestra presencia en este acto
que pretende anunciar la Semana Santa de Albox y con ella la llegada
de la primavera.
-Pero, todavía queda un agradecimiento por hacer, muy difícil de
expresar, porque brota desde lo más profundo del corazón: a mi
familia. En primer lugar, a mis padres y abuelos; a mi mujer y a
nuestros hijos; a mis hermanos, tíos, suegros, cuñados y sobrinos, y
al resto de mi familia. Gracias a todos ellos, porque de un modo u
otro les debo todo lo que he vivido y todo lo que soy; y creo, además,
que lo que voy a expresar esta tarde es tanto de ellos como mío.
Aquí estoy ya, dispuesto a cumplir la tarea que me habéis
encomendado: pregonar la Semana Santa de Albox; aunque
considero que se trata de un encargo de imposible cumplimiento. Si,
imposible porque hay tantas semanas santas como cofrades
albojenses, todas diferentes e inigualables. Si, imposible porque
nadie puede poner palabras a lo que cada uno siente en estos días
cuando se enfunda una túnica nazarena, cuando sostiene con su
hombro el trono con la imagen de su devoción, cuando se viste de
manola o cuando entre el bullicio de la muchedumbre, en soledad
absorta, le habla a la imagen de su devoción, de sus cosas… Yo no
puedo hablaros de “vuestra Semana Santa”, la que cada uno de
vosotros lleva grabada en lo más profundo de su ser, en el silencio de
su alma. Yo solo puedo compartir la mía, la que me enseñaron en mi
familia, la que he vivido intensamente en primera persona, la que
comparto con mi mujer y la que enseñamos a nuestros hijos.
Por eso, este pregón sólo pretende ser un puente que tiendo esta
tarde entre mi corazón y el vuestro, para que el sentimiento fluya y
transite libremente intentando encontrar las palabras a las que no
alcanza mi razón.

SEMANA SANTA SCOUT
Si pienso en nuestra Semana Santa, la primera imagen que me viene
como un resorte a la mente es la banda de cornetas y tambores de
los exploradores de Albox, de la que formé parte desde que
empezaron sus primeros ensayos y sus primeros desfiles. Fui scout
antes que cofrade, pues los exploradores reiniciaron su andadura a
finales de los sesenta, una década antes de que lo hicieran nuestras
procesiones.
Mi padre nos apuntó a los exploradores desde muy niños, a una
asociación juvenil que ha sido todo un referente y un ejemplo a
seguir en la historia de nuestro pueblo, que ha marcado muy
positivamente la infancia y la juventud de cientos y cientos de
albojenses. Si bien se piensa ahora, con el paso de los años, el
“Grupo 106 del Saliente” fue realmente una escuela de vida, una
auténtica experiencia de vida, donde nos transmitieron las creencias
cristianas, el amor por la naturaleza, el valor del compañerismo y de
la amistad, el respeto a los mayores y, sobre todo, el espíritu de
servicio a los demás. Así rezaba nuestro lema: siempre listo para
servir.
Por eso, creo que es de justicia reconocer la excelente labor y la
generosa dedicación que con los jóvenes albojenses tuvieron nuestros
viejos lobos, entre los que recuerdo a muchos, pues mi participación
fue muy extensa e intensa, desde los siete u ocho años hasta que me
fui a estudiar la carrera. He pasado por todas las categorías, lobato,
scout, sculta y rover. Recuerdo con nostalgia a Martín Navarrete,
Justo Martínez, Jesús (el de la Montoya), Francisco Pérez, Cirilo
Martos (mi akela), Ramón Lajara, Angel Pérez y, sobre todo, a Pablo
López, con el que tantas cosas compartí y del que tanto aprendí en
los años de mi juventud. Tantas excursiones y actividades juntos
crearon en nosotros lazos de compañerismo y amistad imborrables,
como con Miguel Angel Alonso (mi guía), Vicente Sanz, Carlos
Conchillo, Guillermo Sánchez (mi primo Guillermo, que en gloria
esté), Mateo Gallego, Felipe Ramos (mi amigo Felipe) y tantos otros
compañeros y amigos.
Recuerdo que cuando se reinició la Semana Santa en Albox, a finales
de los setenta, ahí estábamos los scouts, para ayudar en todo lo que
fuera necesario. Si la memoria no me falla, recuerdo que los scouts
de más edad, los escultas, acompañaban a los tronos en las
procesiones, escoltando a cada una de las imágenes. Pero, sobre
todo, recuerdo aquellos días y luego años de tambor y corneta con la
banda de los exploradores, que tuvo un protagonismo especial en
nuestra Semana Santa, participando, prácticamente, en todas las
estaciones de penitencia.
La Semana Santa resurgió de sus cenizas en 1979, llenando
nuevamente las calles de Albox de túnicas, velas y capirotes, de
bandas de cornetas y tambores, como la nuestra, de tronos e
imágenes santas, de manolas y anderos, es decir, de nuestra religión,
nuestra tradición cultural y nuestra gente. Además, las estaciones de
penitencia se desarrollaron a la antigua usanza, mostrando la unidad
que daba el ímpetu renovador: salieron juntas, en el Pueblo y en la
Loma. El Jueves Santo de aquél histórico año procesionó San Juan,
Nuestro Padre Jesús Nazareno, la Virgen de los Dolores y el Cristo
Crucificado, recorriendo las calles y plazas del Pueblo y de la Loma. Al
día siguiente, el Viernes Santo por la tarde, tras los santos oficios,
procesionó María Magdalena, la Oración del Huerto y la Virgen de las
Angustias. Al adentrarse la noche, tuvo lugar el recorrido penitencial
del Santo Entierro de Cristo, precedido por San Juan y la Virgen de
los Dolores.
La Loma bajaba al Pueblo y el Pueblo subía a la Loma, en una
muestra de concordia y hermandad, acorde a lo que la Semana Santa
viene a representar cristianamente y como debían ordenar los
cánones de nuestra historia. Eran procesiones sobrias, al tiempo que
bellísimas y multitudinarias, pero inevitablemente largas, muy largas,
pues partían de la Iglesia del Pueblo, atravesaban el puente hasta
llegar a la Calle Rulador (la de lo alto), que a la altura de la Calle
Viento cogía la cuesta abajo y la procesión invertía su recorrido para
iniciar la vuelta al punto de partida.
El senior scout y tamborilero que hoy os habla, era muy joven
entonces y el recorrido muy largo, la procesión se recogía a las dos o
las tres de la madrugada, al ritmo del tambor ensordecedor,
acompañado del penetrante sonido de la corneta, por lo que
terminábamos exhaustos, sin fuerzas; nos dolía hasta el alma,
aunque principalmente los dedos con los que cogíamos las baquetas
que hacían tronar nuestros tambores. Pero, al día siguiente, como el
ave fénix, resurgíamos de nuestro cansancio, con ilusión y ganas
renovadas, y como enseña nuestro lema: siempre listos para servir;
ya estábamos listos para tocar en las procesiones del Viernes Santo.

SEMANA SANTA DE PENITENCIA
Pero la Semana Santa también ha tenido un sentido profundamente
religioso para mi, pues pertenezco a una familia cristiana, que ha
educado a sus hijos en la religión y tradición cristiana, viviendo la
pasión, muerte y resurrección de Cristo como algo muy próximo,
como algo propio.
Si pienso de nuevo en la Semana Santa recuerdo con nostalgia y
devoción el Miércoles de Ceniza, el pórtico de la Semana Santa, que
anuncia que cuarenta días más tarde llegará el Domingo de Ramos y
con él la semana de penitencia. Recuerdo las filas de niños y niñas
guiados por las monjas y los maestros camino de la Iglesia para la
imposición de la ceniza en la frente, que nos recordaba lo efímera que
es la vida: recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás (Gn.
3:19). El ayuno y la abstinencia de la cuaresma comenzaba el
Miércoles de Ceniza, con la señal de la cruz hecha en ceniza, como
signo de penitencia y de conversión: arrepiéntete y cree en el
Evangelio (Mc. 1:14-15).
El último recuerdo que me viene a la cabeza del Miércoles de Ceniza
es ya en Granada, en la Iglesia de San Justo y Pastor, que está al
lado de la Facultad de Derecho, donde había quedado con mis
compañeros de piso, a la salida de clase, para ir a misa de ocho a
ponernos la ceniza. Allí me encontré, con sorpresa, a mi profesor de
Derecho Penal, sin poder imaginar entonces que sería una persona
determinante en mi vida, a la que también le debo lo que soy.
Domingo de Ramos, día de palmas, ramas de olivo y gozo, para
conmemorar la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén. Albox
soleado, lleno de luz, de color y calor, para ver como Dios hecho
hombre venía a la salvación del hombre. Primero se bendecían las
palmas y después salía la procesión, donde este pueblo cristiano
unido aclamaba y acompañaba a Jesucristo en su paseo triunfal
desde Santa María a La Concepción.
Era el comienzo de nuestra semana de pasión y con ella de la
primavera; dejábamos el frío invierno para dar paso a la estación
más bella. De aquí el refrán del Domingo de Ramos: “quien no
estrena no tiene manos”. A veces, el refrán no se podía cumplir, pero
limpios, lo que se dice limpios, siempre íbamos.
Jueves Santo, primer día del Triduo Pascual, el comienzo de la pasión
de Cristo. Santos Oficios a media tarde, para conmemorar con la
máxima solemnidad la eucaristía de la Última Cena de Jesús con los
apóstoles; allí les mostró su humildad con el gesto del lavatorio de los
píes, al tiempo que les dio el mandamiento del amor recíproco para
reconocerse como sus discípulos. Tras ello llega el tiempo del rezo y
de la adoración.
Acaban los Santos Oficios, en una tarde inhóspita y sombría,
atormentada de lágrimas venidas del cielo; tarde que se abre y se
entrega por completo a la Estación de Penitencia del Paso Negro, de
mi paso. Es la tarde y la noche para el Cristo de la Columna, que
simboliza la flagelación y la tortura a la que fue sometido Cristo, y
que se hace acompañar del color de la sangre oscura; es también la
tarde y la noche para Nuestro Padre Jesús de la Humildad y el
Silencio, de oro y blanco, que representa la tercera caída de
Jesucristo con la cruz camino del Calvario, portado sobre los hombros
de mujeres sobradas de fuerza y valentía para acompañar a Jesús a
su fatal destino; y finalmente es la tarde y la noche para Nuestra
Señora de los Dolores, hermosura granadina hecha dolorosa, vestida
de riguroso luto bordado en oro, icono y máxima expresión de
nuestra cofradía.
En ella he sido un anónimo nazareno, como mis hermanos y tantos
otros que portamos por primera vez el pesado pero preciosista farol
plateado que, precisamente, aparece en el cartel que anuncia la
semana santa de este año. Pero, sobre todo y ante todo, he sido
andero de la Virgen de los Dolores, desde que tuve la edad y las
fuerzas para serlo, con dieciocho o diecinueve años, desde que
“heredé” el brazo que mi tío Rafael dejó cuando emigró a la
Argentina, a mediados del siglo pasado; fui en búsqueda de su túnica
de andero, pero solo hallé el vacío y la desolación que deja la miseria
y el paso del tiempo, de una época de nuestra historia que no ha de
volver jamás.
Fui andero joven en el viejo trono, el del año cuarenta; pequeño,
gótico, reservado para pocos y aguerridos anderos que repartían una
gran carga con entereza y experiencia; no se hacía pesada aquella
carga. También fui andero experto en el nuevo trono, mucho más
grande y esplendoroso, con su alpaca repujada y plateada, donde he
tenido la gran satisfacción y alegría de compartir brazo con mis
hermanos Abel y Pedro Pablo. Si se hubiera animado alguno más,
casi que terminamos llevando a la Virgen entre nosotros. Porque en
mi familia a la Virgen de los Dolores la llevamos muy dentro:
recuerdo a mi hermano Rafael tocar el tambor en la banda de
cornetas y tambores que tuvo nuestra cofradía en los años ochenta,
he visto a mi hija acompañar la Cruz de Guía en diversas ocasiones,
siempre junto a su hermano, la túnica de mi hijo ha pasado a su
primo, incluso, la más pequeña de mis sobrinas la vestían de negro
casi al tiempo que aprendía a andar; y las dos mayores ya tienen
mucho oficio procesional tocando con la banda de música de su
pueblo.
Viernes Santo, día de la muerte de Jesús en la cruz, acompañado solo
por su madre y su amigo Juan. No hay Eucaristía, es la señal del luto,
solo hay veneración de la cruz. Los Santos Oficios, a primera hora de
la tarde, conmemoran con solemnidad y sobriedad la pasión y muerte
de Cristo, sólo se escucha a San Juan. Después se descubre la cruz,
se adora y besa la cruz,…; después, cada uno lleva su cruz.
Viernes Santo, día grande de la Semana Santa de Albox, todo en él
es procesionar, desde que se alza el alba hasta que se tiñe de oscura
la noche. Amanece en la Loma, al son de las bandas de cornetas y
tambores; mañana de sol radiante, dispuesta a conceder a la
Estación de Penitencia del "Paso Colorao" una oportunidad más para
la devoción, el lucimiento y la veneración de sus imágenes. Abre la
procesión su santo insignia, San Juan Evangelista, con su túnica
verde y la capa roja, que le da el nombre a la cofradía. Le sigue la
Virgen del Primer Dolor, la más joven de las imágenes, vestida de
azul, con su túnica de brocado rojo. Y cierra la procesión la única
imagen del Cristo Crucificado de nuestra Semana Santa. La mañana
del Viernes Santo en el Barrio de San Francisco cada año se produce
el milagro: la Loma se transforma toda en estación de penitencia
"colorá" y la cofradía de San Juan es toda la Loma. Estamos en un
barrio con entidad de barrio.
Llegan las prisas, comida rápida, arreglos de urgencia, que hay que ir
a la celebración de los Santos Oficios, a la veneración de la cruz
donde Cristo fue clavado y hecho mártir para la redención de su
pueblo. Acaba el oficio religioso e inmediatamente se escuchan las
primeras notas de las bandas de cornetas y tambores que
acompañarán a la Estación de Penitencia del Paso Blanco, el más
novel y juvenil de todos, aunque más que centenario. Tomará las
calles del Pueblo, que ese día se convierte en barrio para la ocasión,
comenzando por nuestra plaza principal, multitudinaria, expectante y
dispuesta a disfrutar del glamur y la grandeza de la procesión blanca;
aunque –eso si- siempre con la vista puesta en el cielo, para que la
amenaza de tormenta no muestre su injusta severidad y crueldad,
sino su benevolencia y comprensión. Y así, vemos salir primero al
trono de la Oración en el Huerto, seguido de la Virgen de la
Esperanza, que en los últimos años se hace acompañar del Cristo del
Perdón, para finalizar con el paso de Nuestra Señora de las
Angustias, titular de la cofradía y una de las imágenes más
representativas y seña de identidad de nuestra Semana Santa.
Ya toca la noche de tan exhausto y procesional día, ya toca la última
Estación de Penitencia, la del "Paso Morao". Se hace un silencio
sepulcral en la plaza del pueblo, se acallan las calles al pasar el santo
entierro, pues llega el momento para lo sobrio y lo austero, para la
sencillez y la humildad, para la elegancia y el señorío que evoca cada
año la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Pero, el oscuro luto
y el dolor profundo por la muerte de Jesús se ilumina y dulcifica por
la luz de las velas y el acompañamiento de todo un pueblo cristiano
en el momento de su entierro. Procesión del entierro de Cristo que se
abre a la noche luctuosa con el bello Padre Jesús Nazareno, seguido
de María Santísima de la Redención, que antecede al Cristo Yacente
en el Sepulcro, esplendorosa obra artística que representa el episodio
final de la pasión y muerte de Cristo.
Con ello, la Semana Santa de Albox va llegando a su fin, pero en ella
hay otro aspecto importante que me viene a la memoria y que quiero
compartir con todos vosotros: me refiero a sus sonidos y, sobre todo,
a sus olores.
Los sonidos de la semana de penitencia son potentes y penetrantes,
como los de las cornetas y los tambores; sentidos y hondos, como las
saetas, los quejidos de los anderos o los suspiros ocultos de los
nazarenos. Pero hay un sonido especialmente estruendoso, el sonido
del silencio: de la oración, del rosario, de la quietud, de la soledad, de
la paz y tranquilidad, del llanto amargo interior, de la pena, del
sufrimiento, del dolor, en definitiva, del silencio que nos estremece en
nuestra semana de penitencia.
Los olores de pascua están llenos de frescura y hermosura, como el
de las flores primaverales recién cortadas, que alfombran nuestros
tronos e inundan las iglesias; también está el olor de la amargura de
la vela quemada; el devoto y regenerador olor del incienso; el
aromático olor de la canela y el limón de las torrijas y la leche frita.
Pero, sobre todo, hay uno inolvidable, el dulce olor y sabor de la
resurrección de Cristo, que en nuestro pueblo se hace presente con la
torta de pascua y el hornazo que comemos en meriendas, cuando
mostramos la alegría y el gozo por el Cristo resucitado y el perdón de
los pecados. Pero este dulce final tiene un guión oculto que he vivido
en primera persona.
La trastienda de este final comenzaba en la noche del viernes, cuando
mi madre y mi abuela preparaban la creciente y la masa para las
tortas y los hornazos, que había que dejar crecer por efecto de la
levadura durante la noche, hasta la madrugada del sábado. Todos
arriba, al alba, con sueño, con mucho sueño, pero dispuestos a
comenzar una larga y dura jornada de trabajo, pues había que hacer
tortas y hornazos para todo el pueblo. Organización, mucha
organización: el de la torta a la torta, el del hornazo al hornazo, el del
horno a cocer, el de la tienda a vender y el del reparto a repartir por
el Barrio Alto, el Pueblo y la Loma; y, así, de este modo, a nuestro
pueblo hacíamos feliz y él a nosotros también, pues sabía agradecerlo
bien.
SEMANA SANTA TRASCENDENTE
Ahora, que este pregón empieza a vislumbrar su horizonte final, me
aferro a la Virgen de los Dolores, titular de mi hermandad cofrade,
para hacer una reflexión trascendente; una de tantas reflexiones que
pueden hacerse en una Semana Santa trascendente como la nuestra.
Me aferro a la imagen de la Virgen de los Dolores como podía hacerlo
a la Virgen del Primer Dolor del paso "colorao", a la Virgen de la
Esperanza o a la Virgen de las Angustias del paso blanco o a la Virgen
María Santísima de la Redención del paso "morao" o, quizá, por qué
no, a la pequeñica que es de todos por igual, a la Virgen del Saliente
que es la patrona de Albox.
Pero hoy anunciamos la Semana Santa, honor que corresponde en
este año 2012 al Paso Negro, a Ella, su insignia y seña de identidad.
La Virgen de los Dolores representa a la madre de Cristo en el
Calvario, al pié de la cruz, llorando la tristeza que le provoca la
pérdida de su hijo querido, aunque manteniendo la esencia de su
hermosura. Creo que esta sencilla y escueta descripción de la virgen
lo dice todo, contiene las palabras clave que todo lo explican: la
hermosura del amor entre madre e hijo. El binomio madre-hijo, con
la relación y los papeles que a cada uno corresponde.
La virgen es la madre, la madre de todos. La madre que da la vida a
su hijo, que se entrega a su hijo para toda la vida, que es generosa
de por vida, que vive si vive el hijo, que siente lo que siente el hijo,
que sufre lo que el hijo sufre, se alegra si el hijo está alegre y
entristece si el hijo está triste, pues el hijo es su vida entera, es una
prolongación de ella, una parte inseparable de ella.
A los hijos transmitimos la vida, primero, y el resto después:
nuestros valores universales, nuestras creencias religiosas, nuestra
cultura y tradiciones, nuestros mejores deseos, nuestra educación y
formación, nuestro afán de superación y tantas otras cosas. En
definitiva, nuestro amor como el medio más fiable para alcanzar la
felicidad.
La grandiosidad de la imagen que cada uno veneramos representa el
concepto de madre que cada uno tenemos, a nuestra propia madre: a
esa mujer que todo lo da, que todo lo perdona, que todo lo aguanta,
que todo lo sufre, que todo lo calla,… Creo que cuanto más amor
materno se entrega más pureza hay en el cuerpo y en el alma.
Pero, tengamos también muy presente la figura del hijo, tan
importante y necesaria en la continuidad de la vida. Además, no
olvidemos que Jesucristo es hijo de María, y como hijo también dio la
vida por su madre, se entregó por ella. Los hijos también son
generosos y entregados a sus padres, los hijos dan sentido a su vida,
llenan la vida de sus progenitores; le dan su inocencia y
espontaneidad infantil, su cariño y sentimientos más sinceros, su
alegría y ganas de vivir, su compañía y presencia cercana, su
atención y cuidado silencioso, sus ilusiones y sueños más utópicos,
sus ambiciones y aspiraciones profesionales; los hijos entregan su
proyecto de vida. En definitiva, también su amor como el medio más
fiable para alcanzar la felicidad.
Por eso, tenemos que abogar y defender la figura del hijo, hay que
romper una lanza en favor de la juventud, tan criticada y
menospreciada en la actualidad por sus valores, por sus
comportamientos y por sus hábitos; pues la juventud no es solo el
resultado de la sociedad de hoy día: de la sociedad de la opulencia
grosera, del despilfarro irresponsable, del egoísmo severo, de la
avaricia sin límites, del culto exclusivo al dinero,…
Hay algo más importante que debemos tener muy presente, siempre:
la juventud, nuestros hijos son, sobre todo, el resultado de nuestra
propia labor como padres y madres, de lo que les inculcamos y
transmitimos desde que nacen hasta el final de la vida. Por ello, hay
que reconocer que hay muchos jóvenes con compromiso social, ético
o cristiano dispuestos a mejorar la sociedad del futuro y a continuar
con el testigo de nuestras tradiciones más arraigadas. Por ello quiero
reconocer y agradecer el trabajo de tantos jóvenes albojenses, a las
nuevas generaciones de cofrades, que hacen posible que la Semana
Santa siga celebrándose en Albox, cada año, con fuerza, con alegría,
con respeto y con devoción cristiana.
Con esta idea trascendente del amor materno que simboliza la
imagen de la Virgen de los Dolores, voy terminando ya mi discurso de
esta tarde; que ha querido pregonar la Semana Santa de Albox 2012,
desde lo más profundo del corazón, desde los entresijos de la razón,
desde las inolvidables vivencias de la infancia y la juventud, desde las
creencias cristianas profesadas, desde el recuerdo compartido con mi
familia, en fin, desde la humildad de un albojense cofrade que sigue
sintiendo y viviendo la Semana Santa de su pueblo.
Termino ya, haciendo mías las hermosas palabras del poeta, de Pablo
Neruda, con las que quiero poner el broche final a la idea
trascendente que he querido expresar y que viene a representar la
imagen de la virgen dolorosa y, con ello, poner fin a lo que he venido
a pregonar.

“En su llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida doliente, así situada
contra las viejas hélices del crepúsculo
que en torno a ti da vueltas.
Muda, mi amiga, (mi virgen)
sola en lo solitario de esta hora de muertes
y llena de las vidas del fuego,
pura heredera del día destruido.
Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
De la noche las grandes raíces
crecen de súbito desde tu alma,
y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
de modo que un pueblo, pálido y azul
de ti recién nacido, se alimenta.
¡Oh! Grandiosa y fecunda y magnética esclava
del círculo que en negro y dorado sucede:
erguida, trata y logra una creación tan viva
que sucumben sus flores, y llena es de tristeza”.
He dicho